Encontrar un equilibrio interior es
difícil; pero todavía es más difícil conservarlo, porque la vida cotidiana no
cesa de presentar nuevas dificultades para afrontar. No importa que tales
dificultades sean personales o colectivas. Cada uno las vive como conflictos,
tensiones y trabas. Y se siente sacudido, agitado y desorientado. Hagamos lo que
hagamos para resistir y conservar el equilibrio, no se puede conseguir, en
tanto no se posea un buen sistema filosófico.
Un buen sistema filosófico que
primero revele lo que somos como humanos, sobre qué materia debemos trabajar y
cuáles son los instrumentos de que disponemos para este trabajo. Segundo, que
enseñe el camino que se debe recorrer, para alcanzar la cima y el objetivo
Divino. Es hacia este objetivo y hacia tal cima que debemos tender. Ya que es
sólo allí donde seremos libres y encontraremos un refugio. Porque para estar
protegido es necesario vincularse con dicha cima Divina. Al unirnos a Ella, lo
hacemos con el fin de que en el momento en el cual las pasiones humanas
(nuestras o de los demás) empiecen a emerger, no seamos arrastrados. Si nos
sentimos hundidos y desorientados (incluso “rotos”), es pura responsabilidad
nuestra. Y es porque nos hemos quedado demasiado abajo de la cima Divina.
Se nos ha mostrado un
sendero que conduce hasta el lugar en el que estaremos seguros y se nos han dado
las escaleras. Entonces: ¿qué tal si nos decidimos y subimos?
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